En el camino al hospital me sentía como en una película, todo me parecía tan irreal…pero lo único que quería que fuera irreal era aquello que yo estaba viviendo. El trayecto en transporte público no duraría más de media hora, pero lo recuerdo como algo eterno.

De las horas que pasé en el hospital recuerdo poco, tengo muchas lagunas, todo son como flashes. Me hicieron una ecografía y vieron el embrión con latido. ¡Eran buenas noticias! Pero también había una mancha que no sabían bien qué era. Es que el aparato era “de guerra”, en palabras del médico, y no servía para ver muchos detalles. Podía ser un hematoma o un mioma. ¿Mioma? ¡Si yo de eso nunca he tenido! ¿Un hematoma en el útero? ¿Pero es eso posible? Mi inocencia se desvanecía minuto a minuto, y yo iba sin remedio a golpearme de lleno con la realidad.

Amenaza de aborto. Me mandaron a casa con reposo absoluto y como dentro de nada tenía la ecografía de control normal de embarazo, que ese mismo médico viera cómo seguía todo. Fueron dos días interminables, tumbada en el sofá viendo televisión, intentando no pensar, manchando, tratando de ser positiva y pidiendo a todo lo que se pudiera pedir que aquello no fuera más que un susto; y con mi marido a mi lado, sólo pendiente de cuidarme. En mi cabeza no paraba de rondar esa palabra: amenaza, amenaza… ¿Cómo era posible?

Por fin llegó el día de la ecografía y ahí estaba yo, tumbada esperando al ginecólogo, mi marido cogiendo mi mano, la enfermera al otro lado. Quedaba en mí algo de seguridad de que todo estaba bien. Y unos segundos después… “Aquí está, hay latido, pero mira”, y sacando la sonda me la mostró, totalmente ensangrentada. Fue una imagen muy fuerte para mí, que quedó grabada en mi memoria. ¿Realmente hacía falta hacer eso? Hoy sé que no.

Yo aún creía que ante los médicos sólo hay que callar y obedecer, así que contuve mis lágrimas como pude, me vestí y pasé a sentarme. Me recetó progesterona y me dijo que lo hacía porque el sangrado parecía “mecánico” (al parecer eso era algo bueno, y de eso me agarré como a un clavo ardiendo, aunque nunca supe qué significaba realmente), pero aclaró “no sé qué puedo estar fijando con la progesterona”, refiriéndose a que igual era un embrión con problemas y podíamos estar “fijando” a un bebé que de todas formas vendría mal. Ahora sé que decir eso es absurdo y que ese médico no tenía ni idea de abortos, pero en ese momento todavía quedaba en mí algo de inocencia así que puse en la progesterona todas mis esperanzas.

Cita para dentro de unos días para ver la evolución, y aquí tienes los volantes de todas las citas para ecografías y analíticas de aquí hasta el parto. ¿Perdona? Nunca he podido dilucidar si aquello fue optimismo o estupidez. Ahí estaba yo, después de aquella consulta grotesca, haciendo fila en ventanilla para pedir las citas de las siguientes 32 semanas, con muchas probabilidades de que mi bebé no llegara con vida a la siguiente

Te invito a que leas mi próximo post, donde te contaré cómo acaba la historia de mi primer aborto.

 

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